Cancún, Q. Roo, 28 de septiembre del 2025.- Rodrigo Vázquez Coutiño conocido como "El Patriota", sobrevivió para contarlo. Sus palabras, tras casi un mes privado de la libertad en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, no sólo retratan la crudeza de la violencia que azota a México, también revelan un acto de fe y un desafío político.
Habla de Dios, de comunidad, de la necesidad de ser mejores personas en medio de una guerra criminal, sobre todo, insiste en algo: no se callará y seguirá siendo contrapeso frente a un sistema que castiga a quienes alzan la voz.
El relato es estremecedor. Un comando armado lo levantó en una galería de Guadalajara, le vendaron el rostro, lo golpearon, le taparon los oídos, lo movieron de una casa de seguridad a otra, entre tratos inhumanos y, paradójicamente, momentos en los que sus propios captores le suministraban medicamentos. Lo liberaron sin pedir rescate, sin negociación política, sin móvil económico aparente.
La reaparición pública de “El Patriota”, más allá del drama humano, coloca el caso en otra dimensión: la política. Su secuestro no lo doblegó; al contrario, fortaleció su discurso de resistencia. “Somos la única oposición en Cancún”, declaró con firmeza, acusando a los demás actores de ser simples comparsas de un poder que no admite disidencia.
Vázquez Coutiño no encaja en la moldura del político tradicional. No busca cargos ni candidaturas, habla de “hacer contrapeso” y de trabajar con la gente al margen de los procesos electorales. Esa postura, disruptiva y desafiante, lo convierte en blanco de quienes pretenden ejercer control absoluto sobre la vida pública.
La violencia que lo calló durante semanas es la misma que mantiene a miles de familias en México buscando a sus desaparecidos. Él mismo lo admite: ignora si su liberación fue producto de operativos de la Fiscalía o simple decisión de sus captores. Esa incertidumbre revela algo más profundo: la fragilidad del Estado frente al crimen organizado.
En Cancún, su figura puede convertirse en un referente incómodo para quienes prefieren un escenario político sin oposición real. Su secuestro y posterior liberación no son solo un asunto policial; son un reflejo de lo que significa ser oposición en un país donde la democracia convive con el miedo y la violencia. Una violencia que no distingue entre empresarios, activistas, periodistas o aspirantes a líderes sociales, y que castiga por igual a todo aquel que se atreve a desafiar al poder político y económico. Información de Luis Mis
Comentarios